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Recuerdos de una infancia salvaje

Posted on 11 Feb, 2013 by in Mi historia, Paisajismo | 4 comments

Esta foto me recuerda mi salvaje infancia. Mis 12, 13 años…
Cuando mis vacaciones se resumían en pasear en la selva autóctona de nuestra casa en la playa. El pueblo era Peruibe, en Sao Paulo – Brasil.
Mi selva era parte del poco que queda de la Mata Atlántica. Actualmente unos 7,3% del territorio original. Un absurdo, lo sé.
Un país tan rico en recursos naturales, pero que no tiene el mínimo respecto por estos.

Buscaba orquídeas. Las conocí allí, en aquella época.
Siempre me metía entre los árboles en busca de nuevas plantas, pero nunca me imaginé que iba a descubrir otro mundo.
Me encantaba todo lo que veía. Hasta que descubrí que debería dejar de mirar solo por donde andaba, dejar de mirar a mis miedosos pies y que debería mirar arriba. A las ramas de los arboles más altos.
No fue una de mis decisiones más seguras, porque al andar tan despistada más de un encontronazo he tenido con arañas y serpientes. Pero mi miedo a estos bichos se disipaba por la fuerte expectativa de encontrar orquídeas y bromelias.

Las riquezas de aquella selva eran interminables.
Desde Macaco-pregos (Cebus nigritus), pasando por los Sarues (Didelphis aurita) un tipo de mofeta, el espectacular pajaro rojo: Tie-sangue (Ramphocelus bresilius), o la enorme Borboleta Azul (Morpho anaxibia) eran compañeros constantes de paseos.

Pero nada podría prepararme para el día en que encontré a un Oso perezoso (Bradypus variegatus).
Nada.

Allí estaba en lo más alto de una Cecropia. Alimentándose de sus tiernas hojas mas jóvenes.
Me quede muda, sin respiración. Con miedo de que cualquier movimiento mas brusco pudiera hacerlo irse. Pero no tardo mucho para darme cuenta de que su nombre le venía perfecto. Sus movimientos no podían ser más lentos y tranquilos.
Tenía que verlo más de cerca, y me subí a un árbol muy próximo. Allí estuve horas observándole, con la esperanza de que en algún momento bajara. Pero no bajó. No baja casi nunca. Porque es tan torpe y lento que se transforma en una presa fácil.
Con mucha resignación me bajé del árbol y volví a casa, una tristeza me consumía, porque sabía lo difícil que era ver a estos animales. Pero volví el día siguiente. Solamente por añorar aquel momento, y cuál fue mi sorpresa al ver que el Oso perezoso se había movido unos árboles mas adelante y ahora estaba en un tronco más fuerte, que aguantaría mi peso.
Subí, trepando sin miedo, todo lo que quería era verlo de muy cerca.
Me dejó acariciarle. Mirándome con sus ojos tan tiernos.

Aquel día fui una de las personas más felices del mundo.
No quería irme. Oía como gritaban mi nombre buscándome, pero no quería contestar y perturbar aquel momento.
Al día siguiente volví.  Pero el ya no estaba. Se había marchado.
Asimismo subí al árbol, en el intento de revivir aquello. No estaba, pero me dejó un regalo, había florecido una de las mas exquisitas orquídeas que mis ojos de niña hubieron visto.

Que infancia más rica tuve yo.
No tenia vídeo juegos, ni muchos amigos, porque mis padres siempre estaban mudando de ciudad.
Pero siempre tuve aquellos arboles, aquella selva, aquellos animales y aquellas plantas que me sonreían.

Porque escribo todo eso? Esta mañana encontré estos versos:

“Todos los niños deberían tener pasteles de barro, saltamontes, insectos acuáticos, renacuajos, ranas, tortugas, bayas de sauco, fresas silvestres, bellotas, castañas, arboles para trepar. Charcos para cruzar, lirios de agua, marmotas, murciélagos, abejas, mariposas, animales distintos a los domésticos, praderas, piñas, rocas, arena para dar brincos, serpientes, arándanos y avispones, y cualquier niño que haya sido privado de esto, ha sido privado de la mejor parte de la educación.”
De Luther Burbank

Y cuanta razón tenias Luther. Cuanta…

Monique Briones

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4 Comments

  1. Gracias por tu relato y por el poema final; gracias por recordarnos que hay que meter los pies en los charcos y mirar hacia arriba en lugar de hacia el frente, intentar acercarse a los demás y no esperar a que la vida y la realidad nos lleguen, ni durante la infancia ni en la edad adulta, a través de una pantalla

  2. Yo no he tenido una infancia tan rica en cuanto a fauna y flora, pero si una infancia en la que los juguetes eran la calle y los amigos, es una pena que ahora los niños se queden plantados en casa delante de una consola o un ordenador…creo que fuimos mucho más felices correteando por el campo.

  3. Que suerte poder disfrutar de todos esos animales.
    Yo pasaba mis veranos en una de las montañas más altas de España, donde las calles no estaban ni asfaltadas, solo había naturaleza. Ni bares, ni cines, ni móviles ni supermercados, sin duda alguna mis mejores años.
    Desde entonces hubieron muchos incendios donde nadie fue declarado culpable….
    Ahora está llena de chalets impresionantes y muy poca naturaleza. Una pena

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